Los parques nacionales son una fuente de gran orgullo nacional, una forma de exhibir paisajes únicos y educar a los visitantes sobre la flora y fauna, la historia y la cultura de un lugar. También pueden ser una importante fuente de ingresos: la Ministra de Ambiente y Energía de Costa Rica, Andrea Meza, dijo que en 2018 los parques nacionales y áreas protegidas de su país brindaron beneficios equivalentes al 3 por ciento del producto interno bruto.
El Parque Nacional Yellowstone, ubicado principalmente en el estado de Wyoming, fue el primer parque nacional establecido en los Estados Unidos. Fue creado por ley del Congreso en 1872 —en marzo próximo se cumplirán 150 años— «como parque público o espacio de recreación para uso y goce del pueblo» y puesto bajo el control de la Secretaría del Interior. Si bien se considera que Yellowstone es el primer parque nacional del mundo, con anterioridad ya se le había otorgado protección jurídica a otras áreas naturales.
De hecho, la Reserva Forestal Main Ridge situada en la isla de Tobago, que forma parte de la nación insular de Trinidad y Tobago, fue designada para su conservación en 1776, casi un siglo antes que Yellowstone. Según la UNESCO, la ordenanza mediante la cual se creó la reserva decía que era «con el propósito de atraer las frecuentes lluvias de las que depende en su totalidad la fertilidad de las tierras en estos climas». Se dice que la revista Scientific American calificó la protección de este bosque como «el primer acto del movimiento ecologista moderno».
El Parque Nacional Banff, creado en 1885 en las Montañas Rocosas de Alberta, Canadá, fue la primera joya del sistema de parques nacionales de ese país. En América del Sur, Argentina creó el Parque Nacional Iguazú en 1934. Cinco años después, fue el turno del gobierno brasileño con la creación del Parque Nacional do Iguaçu de su lado del enorme sistema de cataratas.
Según la empresa alemana de datos Statista, en agosto pasado habían 493 parques nacionales en América Latina y el Caribe. Los cinco países de la región con la mayor cantidad de parques nacionales son Brasil, con casi una cuarta parte del total, seguido por México, Chile, Costa Rica y Argentina. También existe una gran variedad de áreas protegidas en las Américas, incluyendo territorios indígenas, bosques nacionales, sitios arqueológicos y corredores de vida silvestre.
Con más de 8,8 millones de kilómetros cuadrados de áreas protegidas (excluida la región polar), América Latina y el Caribe es la región más protegida del mundo, según un informe publicado este año por RedParques, la Red Latinoamericana de Cooperación Técnica en Parques Nacionales, otras Áreas Protegidas, Flora y Fauna Silvestres. El informe indica que el 24 por ciento de la superficie terrestre y el 19 por ciento de las áreas marinas y costeras de la región tienen algún tipo de estatus protegido. Por otra parte, casi el 44 por ciento de las «áreas clave para la biodiversidad» identificadas carecen de cualquier nivel de protección.
A todas las amenazas que enfrentan los parques nacionales y otras áreas protegidas —contaminación del aire, desarrollo invasivo, hacinamiento, falta de fondos— ahora también se les suman los retos cada vez mayores que derivan del cambio climático. El Servicio de Parques Nacionales de los Estados Unidos, que en la actualidad cuenta con más de 400 parques cuya superficie abarca más de 344.000 kilómetros cuadrados, se está dando cuenta.
El informe «Planning for a Changing Climate: Climate-Smart Planning in the National Park Service» publicado a principios de este año brinda orientación a los administradores de parques sobre cómo evaluar y abordar los potenciales cambios.
«Los efectos del auge en las temperaturas, los alterados patrones de precipitación, las tormentas más potentes y los demás cambios en el clima se están evidenciando en los parques nacionales de los Estados Unidos», afirma el informe. «Estos incluyen la creciente severidad de los incendios e inundaciones forestales, las menguantes capas de nieve, el deshielo de los glaciares, el aumento del nivel del mar, las inundaciones costeras más frecuentes y una mayor erosión».
Durante un episodio reciente del programa «On Point» de la National Public Radio, varios científicos que trabajan en parques nacionales describieron las condiciones relacionadas con el clima que ya estaban afectando sus áreas.
En los Parques Nacionales Sequoia y Kings Canyon, en California, el año pasado un solo incendio forestal acabó con casi el 10 por ciento de las secuoyas gigantes de todo el mundo, algunas de las cuales tenían 2.000 años. Christy Brigham, Jefa de Gestión de Recursos y Ciencia, atribuyó la pérdida a una combinación de políticas históricas de extinción de incendios (los árboles dependen de incendios de baja intensidad para despejar el lecho en el que sus semillas germinen) y «una sequía con temperaturas más altas de lo habitual, impulsada por el cambio climático».
En el Parque Nacional y Reserva Denali, en Alaska, está aumentando el descongelamiento del permafrost, la capa subterránea del suelo que permanece congelada todo el año. En la punta noroeste de este amplio parque, el permafrost mantiene en sus cauces a cientos de pequeños lagos. Al descongelarse en el verano, los lagos pueden desaparecer, poniendo en riesgo los hábitats de los cisnes trompeteros.
El Parque Nacional Acadia, en Maine, ha enfrentado amenazas a varias de sus especies de plantas y aves. Tan solo en los últimos seis años, un insecto invasor acabó con todos los pinos rojos del parque. Dentro de 100 años las postales de Acadia se verán muy diferentes a las que los visitantes compran hoy, dijo Abraham Miller-Rushing, coordinador científico del parque.
Para el Servicio de Parques Nacionales los efectos del cambio climático han sido causa de preocupación durante mucho tiempo, según Patty Glick de National Wildlife Federation, una de las principales autoras del informe publicado recientemente. En el programa On Point, dijo que hace más de 20 años el organismo decidió trasladar el histórico faro en el Parque Nacional Cape Hatteras de Carolina del Norte porque era vulnerable al aumento del nivel del mar y la erosión.
«Es indudable que los parques nacionales de todo el país enfrentan varias decisiones muy difíciles e importantes sobre cómo abordar los desafíos que el cambio climático plantea», dijo en el programa de radio. «Es una realidad con la que mucha gente debe lidiar».
En algunos casos, dijo, la identidad misma del parque puede estar en juego. Después de todo, ¿qué sería del Parque Nacional Glacier, en Montana, sin los glaciares, o el Parque Nacional Joshua Tree, en California, sin la vegetación que le da su nombre?
La guía de la que Glick fue coautora insta a los administradores de parques a incorporar rutinariamente la adaptación climática en su planificación y a considerar «cuándo y dónde es posible y estratégico resistir cambios indeseables, cuándo es prudente aceptar condiciones cambiantes y cuándo es adecuado dirigir activamente el cambio en sistemas y recursos valiosos». Un ejemplo algo controvertido de cómo dirigir el cambio podría consistir en reubicar especies silvestres en nuevas áreas.
El proceso de decisión acerca del rumbo a seguir —resistir, aceptar o dirigir la trayectoria del cambio— implica sopesar cuidadosamente los riesgos y las consecuencias. La guía insta a los administradores de parques a considerar múltiples escenarios climáticos al adoptar decisiones de planificación.
«La visión de conservación de los Estados Unidos en su conjunto ha evolucionado con el tiempo», dijo Glick en el programa de la National Public Radio. «Pasamos de esa idea inicial de proteger paisajes vírgenes, a la gestión de tierras y aguas para la caza y la pesca, a este objetivo más amplio de proteger la biodiversidad».
Para Glick, la adaptación climática marca una continuidad en la evolución de la forma de pensar acerca de los parques nacionales. «Creo que representa una era de conservación en la que debemos aceptar la adopción de decisiones en condiciones de incertidumbre junto a la necesidad de innovación y experimentación», agregó.
El cambio climático no respeta ni los límites de los parques nacionales ni las fronteras de los países. La magnitud del cambio climático significa que incluso los espacios naturales más remotos de América Latina sientan el impacto, dijo Walter Vergara del World Resources Institute.
«El planeta entero se está calentando y los patrones de lluvia están cambiando», señaló, y agregó que la deforestación en la Amazonía es un factor importante. «A pesar de que América Latina ha avanzado mucho en la declaración de nuevas áreas bajo conservación permanente, hay muchas áreas que son frágiles».
Una de sus preocupaciones es que un clima cambiante altere la relación entre especies y desequilibre todo el ecosistema. Por ejemplo, es posible que las aves que migran de Canadá a América del Sur ya no puedan depender de las fuentes alimentarias habituales que necesitan a lo largo de sus recorridos.
«Si la temperatura cambia y no hay nueces o frutas cuando suelen llegar, esa población se ve afectada», explicó.
Vergara sostiene que la mejor manera de proteger los espacios más prístinos de la región consiste en seguir ampliando las áreas de conservación y también prestar atención a las áreas menos prístinas. Coordina un esfuerzo liderado por los países denominado Iniciativa 20×20 que se propone revertir el curso de la degradación de la tierra en América Latina y el Caribe. Actualmente participan 18 gobiernos de la región, dijo, así como 24 inversores de impacto del sector privado y decenas de socios técnicos.
La iniciativa, lanzada en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP20) de 2014 en Lima, ha superado su objetivo original de restaurar 20 millones de hectáreas para 2020. Su nueva meta es mejorar 50 millones de hectáreas de bosques, granjas, pastizales y otros paisajes para 2030 (equivalente a más de la superficie combinada de Paraguay y Costa Rica).
La idea, dijo Vergara, es tomar la tierra que ha sido degradada, quizá a causa de la deforestación, el pastoreo excesivo o las técnicas agrícolas deficientes, y devolverla a un estado productivo. En una zona de cultivo de café, por ejemplo, plantar especies nativas para proporcionar más sombra para café de alta calidad no solo aumentaría los ingresos de los agricultores, sino que significaría que no tengan que ascender por la montaña para encontrar mejores zonas de cultivo.
Gran parte de los proyectos que se han ejecutado a través de la Iniciativa 20×20 se han centrado en la conservación o la deforestación evitada. Otras prioridades incluyen reforestación, gestión de paisajes, restauración de pastizales y agricultura con bajas emisiones de carbono.
«Si diéramos un paso atrás y pensáramos más detenidamente acerca de cómo usar nuestra tierra de manera sostenible», dijo Vergara, «podríamos reducir la presión sobre las áreas conservadas».