«Las personas no participarán en los debates y abandonarán el proceso, a menos que estén y se sientan involucradas y sientan que pueden participar», afirmó. «Es imperativo dejar de lado las prédicas e involucrar a más personas de todos los estamentos de la sociedad en el diseño y desarrollo de nuevas soluciones energéticas».
Wilkinson habló en un seminario virtual sobre «Transición energética inclusiva para una mayor ambición climática» que la Alianza de Energía y Clima de las Américas (ECPA) organizó en septiembre. Cuando se trata de energía, dijo, con demasiada frecuencia se hace hincapié en la generación, la producción y el suministro, en lugar prestarle atención a cómo las personas usan la energía, cómo puede beneficiarlas y cómo pueden pagarla.
«Pasamos mucho tiempo hablando de transiciones energéticas centradas en el suministro y en la tecnología, y humanizar la energía nos alienta a mirar a nuestro alrededor y pensar en la perspectiva centrada en el cliente, a pensar en cómo logramos algo que mejore la vida, la neutralidad climática y la justicia social», dijo Wilkinson.
A veces ayuda empezar por lo básico. «Nunca lograremos que la transición energética mundial sea exitosa si no hablamos en una primera instancia de por qué tenemos energía», dijo. «Tenemos energía porque todos somos usuarios de energía, porque nos aporta beneficios. Nos ayuda en nuestras vidas».
Humanizar la energía requiere esfuerzos para mejorar la alfabetización energética, dijo, para que las personas y las comunidades en diversas sociedades puedan participar de manera significativa en las decisiones que les atañen. «La transición de la tecnología energética siempre implica disrupción y transformación social», afirmó Wilkinson.
En cuanto a la posibilidad de un «gigantesco salto tecnológico» ⎯una gran solución singular para la transición energética⎯ señaló que solo una docena de hombres han caminado en la luna y, más recientemente, solo los «extremadamente ricos» han llegado al espacio.
«El mundo necesita soluciones para la mayoría, el tercio inferior y las clases medias, no solo para unos cuantos afortunados», dijo Wilkinson, señalando que aquellos cuyos medios de vida se ven amenazados por la transición energética necesitarán apoyo para desarrollar nuevas habilidades a fin de no quedarse atrás y poder desempeñar algún papel en la aceleración de la transición.
Una preocupación creciente con respecto a la transición energética es el problema de los activos abandonados, que a menudo se enmarca en términos de infraestructura de combustibles fósiles o recursos que dejan de tener el mismo valor para los inversores.
«Cuando hablamos de activos abandonados, tendemos a referirnos a los bienes de capital que quedan descartados por los mercados de capital», dijo Wilkinson, «pero esta es una cuestión que gira en torno a las personas abandonadas y las comunidades abandonadas. Realmente hemos hecho una pésima labor en el pasado durante las transiciones energéticas anteriores al no entender cuán disruptiva y desastrosa puede ser la transición energética para algunos segmentos de la sociedad».
En su opinión, lo que está en juego es lo más importante. «Sigo preocupada por desencadenar una tecnología mundial, una carrera en la que el ganador se quede con todo, lo cuál es una amenaza para la paz mundial. No debemos olvidar el histórico papel que el acceso a la energía ha desempeñado en la generación de conflictos y su actual potencial para originarlos», afirmó.
«No existe un remedio milagroso o verde, pero existe la oportunidad de comprometerse con la creciente diversidad energética como fuente de aprendizaje e innovación», agregó.
La mayor parte del debate en torno a la energía se centra en grandes soluciones verticales impuestas desde los altos estamentos, o en pequeños enfoques ascendentes vinculados al campo de las microfinanzas, dijo Wilkinson. Señaló que sin embargo, existe una significativa oportunidad en el medio, para el desarrollo energético a mediana escala que no requiere enormes cantidades de capital pero que dependerá en gran medida de las capacidades humanas.
Para Wilkinson, este tipo de soluciones pueden ser especialmente atractivas a medida que todos los países del mundo busquen recuperarse económicamente de la pandemia.
«Existe un nuevo contexto de asequibilidad y justicia social que es el legado de la crisis del COVID», afirmó. «A menudo, no se trata de hablar de gastar más dinero, también es una cuestión de cuánto nos cuesta el sistema energético actual y cómo podemos usar ese dinero de una manera más inteligente».
El Consejo Mundial de la Energía, una red mundial de más de 3.000 miembros tanto del sector público como del privado, no aboga por algún país, empresa o tecnología en particular. Más bien, se centra en «tender puentes entre las diferentes necesidades e intereses energéticos y abordar los crecientes riesgos de la polarización extrema», como dijo la Secretaria General y Directora Ejecutiva Angela Wilkinson.
La organización considera que los países enfrentan un «trilema» energético que los obliga a equilibrar tres objetivos centrales: seguridad energética, equidad energética y sostenibilidad ambiental. «Equilibrar estas prioridades es un desafío, pero también es la base de la prosperidad y la competitividad de cada uno de los países», según el Índice del Trilema Energético Mundial 2021.
El informe publicado recientemente muestra que los países de las Américas están logrando grandes avances y que la mayoría ha subido en la clasificación del año anterior, según Wilkinson. El país con mejor desempeño de la región es Canadá, en el puesto número 6 de los 127 países clasificados. Estados Unidos está en el puesto 9. La República Dominicana, Honduras y Nicaragua se encuentran entre los países que han mostrado la mayor mejora en general con respecto al año anterior.
En materia de seguridad energética, Canadá, Brasil y Estados Unidos se encuentran entre los 10 primeros, mientras que Jamaica y República Dominicana se encuentran entre los países que más han avanzado en esta categoría. Uruguay, Panamá y Brasil se encuentran entre los 10 primeros países en sostenibilidad ambiental, mientras que Panamá se encuentra entre los que más han mejorado. Estados Unidos es el único país de las Américas que se encuentra entre los 10 primeros en equidad energética.