Uno de los impactos más visibles de las dos tormentas fue la destrucción de amplias franjas de bosques manglares. Estos ecosistemas esenciales sirven de zona de reproducción para los peces y espacios de anidación para las aves acuáticas. Los manglares brindan refugio a innumerables especies vegetales y animales que sirven de sustento para las comunidades pesqueras de toda la zona.
Durante la temporada de huracanes del Atlántico de 2020 hubo 30 tormentas con nombre, la mayor cantidad registrada, según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA), de las cuales 13 fueron huracanes.
Las evaluaciones rápidas realizadas con posterioridad a las tormentas hallaron que en algunas partes sobrevivió tan solo el 10 por ciento de los manglares, según Marcos Williamson, que dirige el Instituto de Recursos Naturales, Medio Ambiente y Desarrollo Sostenible de la Universidad de las Regiones Autónomas de la Costa Caribe (URACCAN).
Cuanto más alto es el bosque, mayor es su resistencia a los vientos y mayor es la destrucción si perece. Esto significa que los manglares más maduros tienden a ser los más perjudicados, dijo Williamson, que está asentado en el campus de la universidad en Bilwi, el cual forma parte del municipio de Puerto Cabezas.
Varios científicos de la URACCAN, incluyendo botánicos, ecólogos y biólogos marinos, viajaron con Williamson a numerosas comunidades costeras al sur de Puerto Cabezas unas semanas después de los huracanes, acompañados por un equipo del New York Times. Un video publicado en el sitio web del periódico muestra vistas aéreas del antes y el después de un pueblo miskito denominado Haulover, ubicado en una franja de tierra entre la Laguna de Wountha y el Mar Caribe.
El impacto de Iota con la aldea hizo que los bosques de manglares, que solían ser frondosos y de un verde intenso, se tornaran marrones. Los bosques cocoteros quedaron destrozados. El huracán excavó un ancho canal que atravesaba el pueblo conectando el mar y la laguna.
En Haulover y en otras comunidades aledañas, la gente suele pescar en el mar durante la estación seca, más o menos durante los primeros cuatro meses del año, explicó Williamson en una entrevista telefónica. En mayo se dirigen a la laguna en busca de camarón, corvina, róbalo y otras especies.
Williamson y su equipo esperan estudiar varios impactos de las recientes tormentas en la laguna y en otros ecosistemas cercanos a fin de comparar sus hallazgos con los datos de referencia que han ido acumulando a lo largo de varios años.
Por ejemplo, quieren entender en qué forma la nueva apertura hacia el mar en Haulover puede afectar la salinidad de la laguna. El agua de mar fluye naturalmente hacia adentro y hacia afuera de las lagunas y los estuarios, pero con el paso del tiempo el nuevo ingreso de un gran caudal de agua podría alterar la composición química de modo tal que la laguna deje de atraer las mismas especies de peces que antes.
Otro tema que amerita un estudio es la forma en la que podrían cambiar los niveles de oxigenación de estas aguas como consecuencia de las hojas, ramas y troncos de los árboles en estado de descomposición que terminaron en los ríos que desembocan en la laguna. El proceso de descomposición de todos estos desechos orgánicos requiere de oxígeno, cuya disponibilidad podría verse reducida para la vida marina.
Williamson, que tiene títulos en ecología marina y silvicultura, también espera ejecutar un proyecto que ayude a restaurar los bosques de manglares de la zona. Esto no sucederá de la noche a la mañana. Después del huracán Félix en 2007, los manglares tardaron siete u ocho años en alcanzar la madurez en altura y densidad. En aquella oportunidad, el fuerte huracán tocó tierra sobre el lado septentrional de Puerto Cabezas.
Williamson considera que la universidad puede acelerar un poco el proceso de recuperación mediante la aplicación de técnicas de silvicultura. Por ejemplo, en algunas zonas es común que los nuevos rebrotes crezcan en parches densos, lo que les dificulta competir por los recursos en un espacio reducido. Al ralear estos espacios y trasplantar algunos de los rebrotes, los científicos pueden facilitar el crecimiento de las plantas y ocupar zonas nuevas que estén menos desarrolladas.
La extensión del proceso de investigación y restauración dependerá de la cantidad de fondos que la universidad pueda recaudar. En primer lugar, la misma URACCAN tuvo que recuperarse después del huracán visto que se debió reconstruir en su totalidad la mayor parte del recinto en Bilwi.
Este tipo de acontecimientos enfatizan la importancia de la resiliencia, la necesidad de ponerse “en pie de lucha nuevamente” después de un revés, dijo Williamson, cuya casa también padeció substanciales daños a causa del huracán. Es una lección que le ha estado enseñando a su nieto en las últimas semanas: “Vamos a llorar, pero vamos a trabajar también. Tenemos que seguir trabajando”.
El trabajo que el equipo de la universidad espera realizar en las comunidades del litoral durante los próximos meses y años se concentrará en ayudar a la naturaleza, pero en última instancia, también se trata de ayudar a las personas que dependen de la laguna y los bosques para sustentarse, según Williamson. “A la medida que ayudamos a restaurar lo más pronto posible el bosque, en esa medida la comunidad va a llegar a su estado que estaba antes”, dijo.
A más de tres meses de Iota, comunidades como la de Haulover recién están empezando a recorrer el largo proceso de recuperación. La primera tarea fue sencillamente sobrevivir, por supuesto, y los residentes de estas aldeas del litoral lo lograron apartándose del paso de la tormenta y buscando refugio. No se reportaron muertes en esta zona en parte debido a las lecciones aprendidas de la experiencia con el huracán Félix, cree Williamson.
Si bien ya hace mucho que la gente regresó a sus respectivas comunidades, la magnitud del daño implica que han tenido que depender en gran medida de asistencia y donaciones. En Haulover, que es el hogar de unas 300 familias, los residentes están viviendo en precarias estructuras improvisadas hechas con madera que recuperaron de sus casas destruidas y techos de zinc suministrados por el gobierno.
Obtener suficiente agua potable sigue siendo un desafío. Entre otras cosas, Iota llenó pozos con agua salada. Cuando no llueve, los aldeanos deben subir por el río y traer agua dulce en bote.
Uno de los próximos pasos consistirá en volver a plantar los cultivos que siembran para su dieta básica, que incluyen arroz, frijoles, yuca y un tubérculo llamado quequisque, junto con bananos y plátanos.
La gente está comenzando a pescar nuevamente en suficiente cantidad como para su propio consumo mediante el uso de redes donadas o prestadas. El gobierno llevó algunos cayucos. Sin embargo, pasará algún tiempo antes de que estas aldeas tengan suficiente equipo, incluyendo motores fuera de borda, para capturar pescado en suficiente cantidad para poder venderlo.
Dado que el cambio climático parece ser el origen de tormentas más intensas y frecuentes, tendría sentido desde un punto de vista técnico que una comunidad como Haulover se traslade a un sitio menos vulnerable con barreras naturales, dijo Williamson. Pero hay factores que van más allá de lo técnico y que abarcan valores sociales y culturales.
“Las comunidades viven ligadas a la tierra que las vio nacer”, dijo. De modo tal que, aunque su comunidad está literalmente dividida en dos por el nuevo canal de agua, los residentes de Haulover han decidido quedarse.
“El problema del cambio climático es que los que menos afectamos el cambio climático somos los que más recibimos los impactos”, dijo Williamson. Agregó que, si bien los países industrializados producen la mayoría de los gases de efecto invernadero, terminan perjudicando a las pequeñas comunidades pesqueras que carecen de los recursos para hacer frente a los efectos.
“El cambio climático está para todos, pero no a todos nos afecta igual”, dijo.
Durante la temporada de huracanes del Atlántico de 2020 hubo 30 tormentas con nombre, la mayor cantidad registrada, según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA), de las cuales 13 fueron huracanes.
Se le asigna un nombre a una tormenta cuando tiene vientos máximos de al menos 63 kilómetros por hora, y se la considera un huracán cuando los vientos máximos alcanzan al menos 119 kilómetros por hora. Una vez agotada la lista habitual de 21 nombres, se recurre al alfabeto griego por el resto de la temporada, por lo que las dos tormentas que azotaron Centroamérica en noviembre fueron Eta e Iota.
Según datos de las Naciones Unidas, estos dos huracanes juntos ocasionaron 189 muertes y afectaron a más de 5 millones de personas. Las pérdidas económicas ascienden a miles de millones de dólares.