La transición a la energía renovable abre la puerta a la democratización, pero no la garantiza, según afirman tres académicos de la Arizona State University (ASU) que están colaborando en la edición de un libro titulado Democratizing Energy.
De hecho, dijeron los tres académicos en una reciente entrevista, algunas inversiones en energía renovable simplemente han reproducido el mismo modelo centralizado de toma de decisiones de antes; es decir, se ha colocado un gigantesco parque eólico en una comunidad que se opone a él.
La doctora Jennifer Keahey, catedrática adjunta de Sociología en la Facultad de Ciencias del Comportamiento Social de ASU, afirma que tal vez la transición sea buena para el medio ambiente y que tal vez se derive algún beneficio, pero no soluciona todos los problemas sociales estructurales.
Los tres académicos abordan el tema desde diferentes disciplinas académicas, pero comparten la opinión de que la energía es fundamental para la sociedad y el desarrollo humano.
A menos que se cuente con un mejor sistema de energía, no se podrá tener un mejor sistema social, explica la doctora Majia Nadesan, catedrática de Comunicación en la Facultad de Ciencias del Comportamiento Social de ASU, quien encabeza el proyecto del libro Democratizing Energy.
Si bien la energía producida localmente no siempre es la respuesta, dice la doctora Nadesan, la gente tiene que entender y tener cierto poder de decisión sobre las formas de energía a su disposición.
Las soluciones energéticas locales —como las microrredes— son hoy más factibles que antes, gracias a los desarrollos tecnológicos de los últimos años, especialmente en el área de energía eólica y solar. Sin embargo —como lo señala el doctor Martin Pasqualetti, catedrático de Geografía en la Facultad de Ciencias Geográficas y Planificación Urbana de ASU—, el cambio estructural lleva tiempo y, a veces, los proyectos de energía renovable terminan siendo una copia de los sistemas tradicionales de suministro de energía.
Tomemos el ejemplo de la energía solar como servicio público. Se tiene el recurso más omnipresente que existe, se le encuentra en todas partes del planeta y, pese a ello —dice el doctor Pasqualetti—, se construyen grandes plantas centralizadas de energía, lo cual no tiene ningún sentido. La energía solar se distribuye por sí sola, añade el doctor Pasqualetti, por lo que no es necesario tender líneas de distribución.
Democratizing Energy —cuya publicación se prevé para finales de 2021 o principios de 2022, bajo el sello de la casa editorial Elsevier— será una recopilación de documentos de varias docenas de investigadores de todo el mundo. Los documentos están siendo organizados en torno a tres grandes ejes temáticos, a saber: el ideal de la democracia energética, la transición hacia la democracia energética y las inseguridades y riesgos de la democracia energética.
El imaginar cómo podría ser la democratización de la energía es un importante punto de partida, según el equipo de la ASU. Lo uno se imagina, dice la doctora Nadesan, incidirá claramente en la trayectoria que se siga.
Esto significa plantearse de nuevo el alcance de las posibilidades del futuro energético a lo largo de toda la “vida útil” del ciclo de producción y distribución de energía. Sin embargo, queda clara una interrogante con respecta a la cadena de suministro: cómo lograr que las tecnologías de energía renovable dependan menos de las tierras raras, controladas en su gran medida por China.
Otra interrogante tiene que ver con lograr que la tecnología sea más sencilla y asequible, afirma la doctora Keahey al hacer referencia a una visita que realizó a una aldea remota en el norte de Ghana hace varios años. En dicha aldea, una organización no gubernamental de base había trabajado con los residentes locales para instalar algunos paneles solares en postes. Se trataba de uno de los pocos lugares de la zona donde la gente tenía acceso regular a la electricidad; y el diseño y materiales empleados eran lo suficientemente básicos como para que los aldeanos pudieran darle mantenimiento al sistema.
Si bien las energías renovables están guiando gran parte del discurso público en torno a la democracia energética, también es importante ver la forma en que la energía convencional puede llegar a ser más democrática, dice la doctora Keahey. Esto podría incluir el hacer más accesible la energía en las comunidades directamente afectadas por la explotación de combustibles fósiles y asegurar que los residentes locales tengan voz en las decisiones.
El doctor Pasqualetti asegura que un proceso de consulta debe ser parte fundamental de todo proyecto energético. Podría pensarse que se tiene todo bajo control desde el punto de vista técnico, pero el aspecto social de las cosas puede hacer lento o incluso detener el avance, especialmente en una democracia como la nuestra, agrega el doctor Pasqualetti. El hecho es que hay que involucrar a la gente, y eso no siempre resulta fácil.
El pluralismo supone que habrá múltiples partes interesadas con una infinidad de intereses, dice la doctora Nadesan. ¿Cómo se crean estructuras que permitan a la gente expresar sus preocupaciones y resolverlas de manera relativamente equitativa?
La doctora Keahey, por su parte, piensa que algo parecido al modelo de comercio justo podría aplicarse algún día a la energía y así ayudar a reducir la desigualdad. El concepto del comercio justo —que comenzó en el sector del café, pero que se ha extendido a otros productos básicos— supone sistemas de compra y venta regulados, en los que los que aquellos productos que cumplen determinadas normas son vendidos a un precio mayor. Se aplican diferentes conjuntos de normas según el tamaño de la operación.
Es posible desarrollar redes comerciales nacionales y regionales mediante la compra y venta de energía de manera justa y sostenible, afirma la doctora Keahey.
La transición a la energía renovable, aunque sea gradual e imperfecta, abre nuevas oportunidades para pensar en la energía en términos más democráticos que en el pasado, considera el doctor Pasqualetti. Según él, en algunas partes del medio oeste de Estados Unidos, la energía eólica está ayudando a salvar las granjas familiares y, en algunos casos, genera más ingresos que las cosechas que se cultivan. No todos los agricultores quieren turbinas eólicas en sus campos, pero otros, sí; y eso deben tenerlo en cuenta los inversionistas y promotores de energía.
En lugar de poner turbinas eólicas donde el viento sopla mucho, asegura el doctor Pasqualetti, es mejor ponerlas donde la gente realmente las quiere.