Ramón Méndez Galain, que ocupó el cargo de Director Nacional de Energía de Uruguay entre 2008 y 2015 bajo dos gobiernos, afirmó que en cuestión de pocos años su país pasó de depender en gran medida de los combustibles fósiles para la producción de electricidad a contar con una red que es renovable en más del 90%. La energía eólica suministra hasta el 40% de las necesidades energéticas del país.
Los precios de la electricidad no sólo son mucho más bajos que antes, sino también previsibles, y el suministro de energía está asegurado a largo plazo. Además, la transición ha creado unos 50.000 nuevos puestos de trabajo, lo que representa alrededor del 3% de la población activa del país.
«Lo que ocurrió en Uruguay fue producto fundamentalmente de políticas públicas», dijo Méndez en una entrevista reciente con la Alianza de Energía y Clima de las Américas (ECPA). Por otra parte, dijo que los cambios requerían no sólo nuevas infraestructuras, sino un «ecosistema transformador» con nuevas leyes, reglamentos, formación, cambios institucionales y creación de consenso.
En el presente, Méndez dirige una organización sin ánimo de lucro en Montevideo y aboga por una transición energética sostenible, trabajando con países de América Latina, el Caribe y más allá. Su creciente plataforma ha incluido una charla TED y entrevistas con innumerables medios de comunicación. En octubre, el Centro Kleinman de Política Energética de la Universidad de Pensilvania le concedió el Premio Carnot, que reconoce contribuciones destacadas a la política energética.
«Muchos han señalado que la respuesta a nuestra crisis climática mundial reside en nuestra capacidad de imaginar», dijo la Presidenta de la Universidad de Pensilvania, Elizabeth McGill, al presentar al galardonado en una ceremonia celebrada en Filadelfia. «El salto de imaginación del Dr. Méndez y su capacidad para compartir esa visión con los demás ha dado lugar a una de las historias de descarbonización más sorprendentes del planeta Tierra».
Méndez no se propuso convertirse en experto en energía. De hecho, explicó al público de Filadelfia, estaba disfrutando de la vida académica como físico de partículas en una universidad cuando decidió centrar su atención en la creciente crisis energética del país.
Por aquel entonces, cerca de la mitad de la energía uruguaya procedía de combustibles fósiles importados, con un coste que a veces superaba el 2% del PIB. Además, el país sufría escasez de energía.
Méndez empezó a hablar con expertos en energía, dijo, y pronto llegó a comprender la complejidad de la situación energética con todas sus dimensiones tecnológicas, económicas, geopolíticas, medioambientales, sociales, culturales e incluso éticas. Una propuesta integral que elaboró para abordar el problema llegó al escritorio del presidente Tabaré Vázquez, quien llamó al físico y lo invitó a ponerla en práctica.
«Hice una locura», dijo Méndez al público de Filadelfia. «Acepté».
Cuando José Mujica fue elegido sucesor de Vázquez, el presidente entrante pidió a Méndez que siguiera en el cargo y continuara el proceso que había iniciado. Además, Mujica insistió en que la política fuera aceptada por todo el espectro político. Se iniciaron negociaciones con todos los partidos representados en el Parlamento y, tras pequeños cambios, según Méndez, el resultado fue «una política a largo plazo, respaldada por todo el sistema político uruguayo.»
Este consenso, dijo, permitió al país avanzar rápidamente y lograr una mezcla casi completamente descarbonizada en cinco años.
Las fuentes renovables -hidroeléctrica, eólica, biomasa y energía solar- cubren ahora hasta el 98% de las necesidades energéticas de Uruguay en un año normal y aún más del 90% en uno muy seco, según Méndez.
El papel central de la energía eólica en el sistema energético del país ha demostrado que, si un sistema se diseña correctamente, puede ser lo suficientemente flexible como para hacer frente a la intermitencia. Mediante el equilibrio de sus recursos complementarios en determinados lugares y momentos del día, Uruguay ha podido incorporar grandes cantidades de energías renovables no tradicionales sin necesidad de instalar baterías.
Para llegar a ese punto, era necesario desarrollar un sistema totalmente nuevo de suministro de energía, diseñado para maximizar el uso de los recursos de menor coste, como la eólica y la solar. Un desafío crítico, era la necesidad de contar con una forma más precisa de predecir la disponibilidad de estos recursos. Un equipo dirigido por la Universidad de la República recopiló datos pluviométricos del último siglo y construyó un sofisticado modelo para determinar, por ejemplo, cuándo sería el momento óptimo para liberar agua de una presa o encender una central de gas natural de reserva.
En la entrevista con la ECPA, Méndez dijo que el sistema es lo suficientemente preciso como para predecir cuánta energía eólica habrá disponible en todo el país varios días en el futuro a una hora concreta del día, con tan solo un pequeño margen de error. Esto significa que la energía eólica y la solar pueden llevar el liderazgo, con otros recursos sirviendo de reemplazo cuando sea necesario.
En la actualidad, la energía solar sólo representa alrededor del 4% del sistema energético del país. Méndez afirma que es en ese sector donde se espera un mayor crecimiento en los próximos años.
Después de la hidroeléctrica y la eólica, la biomasa es otra fuente de energía importante, ya que representa entre el 15% y el 20% de la electricidad que produce Uruguay. Las fábricas de pasta de madera, por ejemplo, queman ahora residuos orgánicos para producir energía para la red, convirtiendo lo que era un lastre medioambiental en un activo energético. (Esto se considera una fuente de energía neutra en carbono, explicó Méndez, ya que lo que se libera a la atmósfera es el mismo carbono que se había almacenado en la materia orgánica).
Un sistema basado en energías renovables requiere no sólo nuevos modelos técnicos, sino también un nuevo modelo de negocio, según Méndez. En el caso de una central térmica tradicional que funciona con combustibles fósiles, hasta el 80% del gasto está relacionado con el coste del combustible, que fluctúa con el mercado al contado.
«En las energías renovables, es absolutamente diferente», añadió, «porque el combustible es gratis, porque el coste de operación y mantenimiento es bajísimo y porque el coste final de la energía es el coste de repagar la inversión. Entonces, es un negocio casi puramente financiero».
Esa diferencia permitió al Gobierno adoptar una perspectiva a largo plazo y suscribir acuerdos de compra de energía (PPA) con empresas privadas, lo que le proporcionó certidumbre sobre lo que pagaría por la energía durante años en el futuro.
La empresa pública de servicios, UTE, subastaba proyectos en función de sus necesidades predeterminadas para cada fuente de energía. Por ejemplo, Méndez explicó que se podría convocar una licitación por una cantidad específica de capacidad eólica y la empresa que ofreciera el mejor precio obtendría un contrato que le garantiza que la empresa pública comprará el 100% de la electricidad que se produzca durante un periodo de, digamos, 20 años. La empresa pública tendría garantizado el suministro y las empresas generadoras obtendrían un rendimiento garantizado de la inversión a través de las facturas de los clientes.
Uruguay había establecido una estricta normativa para su nuevo mercado energético, que algunos temían que ahuyentara a los inversores, dijo Méndez. «Fue al contrario», añadió. «Fue una avalancha de inversiones».
Mientras el sector privado invertía en la generación, la empresa pública lo hacía en la infraestructura de transmisión y distribución. El bien público no es un molino de viento o un panel solar, dijo Méndez, sino la electricidad suministrada a los clientes.
Méndez reconoció que la transición al nuevo sistema tuvo algunos inconvenientes. Los precios de la generación eólica y solar estaban bajando, por lo que habría sido posible firmar contratos de compra de energía a precios más bajos esperando. Sin embargo, el Gobierno decidió que era mejor empezar a ahorrar cuanto antes, en lugar de preocuparse por si los precios bajarían más adelante. Cuando los actuales PPA empiecen a expirar en 2030, dijo, los próximos contratos bien podrían llegar a precios más bajos.
Actualmente, como Director Ejecutivo de una organización sin ánimo de lucro llamada Asociación Ivy, Méndez ayuda a otros países a afrontar la transición energética. (El nombre Ivy, dijo, procede de una palabra guaraní que se traduce aproximadamente como «la tierra deseada», lo que refleja el compromiso de la organización con las soluciones sostenibles).
Además de trabajar con países concretos, la asociación ha elaborado un estudio para la Organización Latinoamericana de Energía (OLADE) en el que se propone una estrategia para que el sector energético de América Latina y el Caribe sea más renovable. El estudio analizó más de 20 países de la región e identificó un total de 37 barreras que deben superarse, ya sea que estén relacionadas con políticas, normativas, infraestructuras, tecnología, condiciones económicas o factores culturales y sociales.
La transición a las energías limpias no será igual en todos los países, pero deben darse ciertos elementos para que se produzca, dijo Méndez.
«El primero, sin duda, es la voluntad política», afirmó. Las transiciones energéticas llevan más tiempo que una sola administración, dijo, por lo que es importante forjar acuerdos amplios y conseguir apoyo público desarrollando «narrativas nacionales».
La buena noticia, añadió, es que hoy, a diferencia de hace unos años, los argumentos a favor de las energías renovables pueden basarse exclusivamente en razones económicas y de seguridad energética. Méndez, que encabezó los esfuerzos de su país en materia de cambio climático entre 2015 y 2016, argumentó que las energías renovables son más baratas y pueden proporcionar estabilidad al liberar a los países de las fluctuaciones de los precios de las materias primas, que están sujetos a guerras y otros acontecimientos geopolíticos completamente fuera de su control.
«La transición a las energías renovables no se debe sólo a un mandato climático, sino a que es lo más beneficioso para el país. Es así de sencillo», afirmó.
Méndez cree que esta transición se producirá de una forma u otra y que los países de América Latina y el Caribe han hecho progresos significativos, quintuplicando la capacidad eólica y solar de la región en los últimos 20 años. Sin embargo, a nivel mundial la energía eólica ha crecido cuatro o cinco veces en sólo una década, y la solar 14 veces en ese tiempo, añadió,
«El mundo está entendiendo mucho más rápido que nuestra región cuál es el camino que tenemos que seguir», dijo Méndez.