Al principio, Fabiola Valenzuela, una mujer de Cauca que llegó desplazada a Cali, no creía que una botella de plástico y un litro de agua pudieran darle luz a su casa de la Comuna 18, en el extremo sur de la ciudad. Sin embargo, al instalar en el techo un recipiente de gaseosa de 1,5 litros y llenarlo de agua limpia, el efecto físico de refracción de los rayos solares que entraron a la botella hizo que éstos se convirtieran en luz con la potencia de un bombillo de 55 vatios. Su cocina y su baño, hasta entonces en la penumbra, por fin se iluminaron.
En tan sólo veinte minutos y por un precio calculado en $9.000, cualquier persona que aprenda la técnica puede instalar este utensilio cuya vida útil es de 10 años y disminuye hasta en 40% el valor de la factura del servicio de energía.
Juan Domingo Álvarez y Camilo Herrera, dos “innovadores sociales”, como se autodenominan, son los responsables de traer esta “maravilla” a Colombia. Conocieron el proyecto a través de Illac Díaz, un filipino del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts), que convirtió la idea de otros estudiantes de la misma universidad en Litro de Luz, iniciativa ahora global que utiliza material reciclable para dar luz a hogares pobres que carecen de este servicio básico.
En Colombia, el proyecto pretende iluminar 1.000 viviendas, de las cuales ya están intervenidas 471 en Cali y Medellín, a las que ahora se sumarán otras en San Vicente del Caguán, Quibdó, Florencia, Cartagena, Bogotá, Duitama, Cartago, Pereira y Tunja.
“Trabajamos en barrios en condiciones de pobreza extrema que ni siquiera aparecen en el mapa, y en muchos de los cuales habita población desplazada que no tiene la capacidad de contratar a un arquitecto para que elabore un sistema adecuado de iluminación en sus viviendas. Estamos apuntándole a modificar una política pública en torno a la luz, al acceso a este derecho”, cuenta Camilo Herrera, cuyo proyecto acaba de ser reconocido por la Alianza de Energía y Clima de las Américas (con sus siglas en inglés ECPA) de la OEA y fue premiado por Naciones Unidas en la pasada convención de cambio climático en Durbán.
Si bien Litro de Luz sólo tiene la capacidad de dar iluminación a viviendas oscuras durante el día (aunque ya están trabajando en un modelo con luces LED flotantes dentro de la botella que costaría $80.000 y duraría 10 años), sus impactos son significativos: en el mundo existen 1,4 billones de personas sin acceso a energía para iluminar sus hogares y esto, de acuerdo con la Agencia Nacional para la Superación de la Pobreza, propicia mayor violencia intrafamiliar, mayor analfabetismo y menos desarrollo social. Las botellas instaladas en los techos no sólo mejorarían el ambiente familiar, sino que evitarían los incendios que suelen generarse por la manipulación de velas.
Ramón Fernando Antolínez, superintendente delegado para Gas y Energía, dice que la propuesta resulta necesaria principalmente en las ciudades que reciben a comunidades de desplazados: “Hay un fenómeno ya bastante común en las capitales de Colombia. Cuando llega un desplazado, por lo general, se alberga en un sitio que no es de su propiedad, poco a poco va consiguiendo las tejas y materiales para armar una casita sin entrada de luz. La situación se generaliza entre varios cientos de familias, que terminan formando un barrio. Como el asentamiento es ilegal, no llegan las empresas de energía y la gente se las ingenia para robar electricidad”. Antolínez explica además que en este proceso se pierde mucha energía, “porque hay quienes ni siquiera tienen con qué comprar un interruptor y dejan la luz encendida todo el día”.
Según Carlos Eduardo Neira, director del Instituto de Planificación de Soluciones Energéticas para Zonas no Interconectadas (IPSE), la propuesta de Litro de Luz “no es sostenible ni definitiva para comunidades apartadas”. El funcionario recalca que este método es limitado porque sólo funciona en sitios muy oscuros y apunta en cambio que el país está poniendo en marcha fuentes de energía renovables “probadas en el mundo”, como la eólica, la geotérmica y la solar, que en menos de 15 años van a servirles a las 1.448 localidades que no están conectadas al servicio energético nacional (52% del territorio nacional).
Al respecto, Daniel Felipe Díaz, miembro del comité colombiano del Consejo Mundial de Energía, dice que si bien la cobertura y la oferta energéticas del país van en crecimiento, “muchos hogares no están en capacidad de pagar servicios como la iluminación, y se ven obligados a instalar conexiones fraudulentas que los ponen en peligro”.
De acuerdo con Díaz, también es errado considerar “con seguridad energética” a un hogar que apenas recibe conexión seis u ocho horas diarias, como sucede en algunos municipios de Chocó, Nariño, Amazonas, La Guajira y otros departamentos. En este sentido, “Colombia vive una pobreza energética: hay tomacorrientes, pero no hay dinero para alimentarlos”, resalta. “Por eso, experimentos como el de la botella significan soluciones reales, tecnologías altamente eficientes, con futuro, que podrían considerarse para personas sin recursos que viven en la oscuridad”, concluye. “Así sea una botella de plástico, se trata de una tecnología y vale la pena ver cómo será su desarrollo”, añade Ramón Fernando Antolínez.