De acuerdo con la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos (NOAA), no cabe duda de que julio de 2022 fue caluroso en las latitudes del norte del mundo: el tercer julio más caluroso registrado en los Estados Unidos y el sexto más caluroso registrado en el planeta. A nivel mundial, dijo la agencia, este fue el 46° julio consecutivo y el 451° mes consecutivo en el que las temperaturas superaron el promedio del siglo XX.
«Los registros de los cinco julios más calurosos ocurrieron a partir de 2016», informó la NOAA.
Las altas temperaturas pueden empeorar las condiciones de sequía, alimentar incendios forestales, fortalecer tormentas, alterar patrones climáticos, arruinar cultivos y generar todo tipo de impacto ambiental a gran escala. También pueden causar estragos en el cuerpo humano.
«El calor mata», dijo el director regional para Europa de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Dr. Hans Henri P. Kluge. En un comunicado del 22 de julio, dijo que la prolongada ola de calor que asolaba gran parte de Europa en ese momento era responsable de más de 1.700 muertes solo en España y Portugal.
El calor extremo, dijo Kluge, puede exacerbar condiciones de salud preexistentes y ocasionar golpes de calor y otras formas de hipertermia (temperatura corporal anormalmente alta), teniendo graves consecuencias como sufrimiento y muerte prematura. «Las personas en ambos extremos de las etapas de la vida (bebés e infantes, y adultos mayores) corren un riesgo particular», apuntó.
En la ciudad española de Sevilla, la ola de calor de julio fue tan fuerte que le pusieron un nombre: Zoe. La idea, implementada como parte de una prueba piloto llamada proMETEO Sevilla, es comenzar a tratar episodios de calor intenso como si fueran huracanes: nombrarlos y clasificarlos para aumentar la conciencia del público sobre los impactos del calor extremo en la salud y promover medidas para minimizarlos. En lugar de un sistema de nombres de la A a la Z, las alertas de calor funcionarán con las letras de atrás hacia adelante en el alfabeto.
ProMETEO Sevilla es una iniciativa del Centro de Resiliencia de la Fundación Adrienne Arsht-Rockefeller del Atlantic Council, una organización sin fines de lucro con base en Washington, D.C. Hace dos años, la organización lanzó Extreme Heat Resilience Alliance (alianza por la resiliencia al calor extremo) reuniendo a socios de todo el mundo para abordar el problema, poniendo especial foco en la forma en que este afecta a las personas vulnerables que viven en las ciudades. Trabajando en colaboración con el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, entre otros, Extreme Heat Resilience Alliance desarrolló una herramienta llamada Heat Action Platform (plataforma de acción por el calor), que tiene como objetivo identificar soluciones para desarrollar la resiliencia al calor extremo.
Con el apoyo de Extreme Heat Resilience Alliance, varias ciudades de todo el mundo han designado lo que llaman CHO: Chief Heat Officers (oficiales contra el calor extremo) para enfocarse en este problema. En marzo, el Gobierno Regional Metropolitano de Santiago de Chile se convirtió en la primera área urbana de América del Sur en crear el cargo, nombrando a Cristina Huidobro, quien encabeza la Unidad de Proyectos Urbanos Resilientes del gobierno regional, como la primera CHO.
En un informe de este año, la organización Energía Sostenible para Todos dijo que, en todo el mundo, «1.200 millones de personas pobres en áreas rurales y urbanas están en alto riesgo porque no tienen acceso a refrigeración». Un estudio publicado el año pasado en la revista médica The Lancet estimó que en 2019, 350.000 muertes estaban relacionadas con el calor extremo.
Podría ir cómo decís, quizás para el cierre podría ir una alternativa: «Cuáles son las consecuencias para la salud de un clima más caluroso y cómo manejar el calor extremo, serán dos de las preguntas determinantes de esta década», de acuerdo a la publicación.
En los Estados Unidos, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) informaron 3066 muertes relacionadas con el calor entre 2018 y 2020, con el porcentaje más alto (19 %) en personas de entre 55 a 64 años.
Según un análisis realizado por la empresa ValuePenguin de las estadísticas provisionales de mortalidad de los CDC, el calor fue un factor contribuyente en 1577 muertes en los Estados Unidos en 2021. El estudio encontró que dos estados en la región Oeste tuvieron, por lejos, las tasas generales más altas de muerte por calor entre 2018 y 2021: Nevada, con una tasa anual de 4,54 muertes por cada 100.000 habitantes, y Arizona, con una tasa de 4,46.
Pero la gente puede morir de calor en casi cualquier lugar. En 2021, una ola de calor en la provincia canadiense de Columbia Británica causó 569 muertes entre el 20 de junio y el 29 de julio, según su servicio forense. Este verano trajo de nuevo períodos de temperaturas elevadas a la Columbia Británica y otras áreas normalmente asociadas con un clima de verano mucho más fresco, como el noroeste del Pacífico de los Estados Unidos.
Los riesgos de enfermedades y muertes relacionadas con el calor tienden a ser mayores en las ciudades, donde los edificios, calles y demás infraestructura absorben y retienen el calor, creando lo que se conoce como el «efecto isla de calor urbana». Eso hace que América Latina sea especialmente vulnerable, ya que es una de las regiones más urbanizadas del mundo, según el Dr. Josiah Kephart, autor principal de un estudio reciente realizado dentro del proyecto llamado Salud Urbana en América Latina (SALURBAL).
Otro factor, dijo Kephart, tiene que ver con la demografía. El porcentaje de personas mayores en la población de América Latina está aumentando más rápido que el promedio mundial, añadió, y las personas tienden a ser más susceptibles al calor a medida que envejecen. Estos dos factores combinados con el cambio climático suman «tres desafíos entrelazados».
«Sería esperable que realmente ambos factores se retroalimenten haciendo que el calor extremo se convierta en un problema de salud realmente serio dentro de la región», agregó. Kephart ha sido becario postdoctoral en el proyecto SALURBAL y el 1ro de septiembre será profesor asistente en la Escuela de Salud Pública Dornsife de la Universidad de Drexel.
El reciente estudio de SALURBAL titulado «Impacto a nivel ciudad de las temperaturas extremas y la mortalidad en América Latina», estimó el exceso de muertes por «temperaturas no óptimas» en 326 ciudades de nueve países: Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, México, Panamá y Perú. La temperatura considerada «óptima» varía de un lugar a otro, pero es lo que generalmente se considera temperatura ambiente: entre 20 y 25 grados centígrados (68 y 77 Fahrenheit), tomado de un promedio durante un período de 24 horas. Es el punto en el que el riesgo para el cuerpo humano es menor, dijo.
El estudio analizó los registros diarios de defunciones de los 18 días más calurosos y más fríos en cada ciudad todos los años desde 2002 hasta 2015. Descubrió que más muertes son atribuibles al frío extremo que al calor extremo en el transcurso de un año, un hallazgo consistente con otros estudios a nivel global, pero los aumentos bruscos de calor pueden tener efectos devastadores para la salud, especialmente en lugares que no están acostumbrados a temperaturas tan altas.
«Para los días extremadamente calurosos, el riesgo de mortalidad aumenta de forma muy pronunciada», dijo Kephart. «Descubrimos que en los 18 días más calurosos, un sólo grado centígrado más alto, se asoció a casi 6% más de riesgo de muerte.>.
Además, el porcentaje crece proporcionalmente con mayores aumentos de temperatura. «Eso es mucha muerte», sumó Kephart. Es un gran número para este tipo de factor ambiental común, agregó, considerando la previsión de que los días calurosos no solo serán más calurosos sino más frecuentes a medida que el cambio climático continúe intensificándose.
El estudio se basó en los registros oficiales de defunción del gobierno de cada país. Debido a las limitaciones en datos, no pudo cubrir todas las posibles causas de muerte relacionadas con el calor. Algunos estudios han relacionado el calor con aumentos en los homicidios, las muertes por accidentes de tránsito y ahogo.
El estudio SALURBAL se centró principalmente en las muertes cardiovasculares y respiratorias. Reveló, por ejemplo, que las personas que padecían afecciones respiratorias, ya fueran enfermedades crónicas como el asma o infecciones respiratorias agudas, tenían más dificultades para lidiar con el estrés fisiológico adicional en el cuerpo cuando las temperaturas eran altas.
«Si estás expuesto a un calor extremo, tu cuerpo tiene que hacer un gran esfuerzo para tratar de refrescarse», dijo Kephart.
SALURBAL es un proyecto internacional lanzado en 2017, que involucra a instituciones académicas de 11 países de América Latina. Está coordinado por Urban Health Collaborative de la Universidad de Drexel, con base en Filadelfia, y financiado por una fundación benéfica mundial llamada Wellcome Trust.
Según la Dra. Ana Diez Roux, decana de Drexel Dornsife School of Public Health e investigadora principal de SALURBAL, los profesionales de la salud han sostenido durante mucho tiempo que los efectos del cambio climático en la salud merecen más estudio y atención, pero solo recientemente la dimensión de la salud comenzó a emerger como un tema más importante en la agenda climática global.
«Creo que están empezando a tomarse realmente en serio las implicaciones para la salud”, dijo. Es un tema complejo con muchos aspectos diferentes. Por supuesto, el cambio climático puede aumentar y exacerbar los desastres naturales que lesionan y matan a las personas, pero también puede tener efectos menos evidentes en la salud.
También citó otro estudio reciente de SALURBAL que examinó la relación entre la temperatura ambiente y el peso al nacer en ciudades de América Latina, dado que las mujeres embarazadas tienen una capacidad reducida para regular su temperatura corporal debido a las mayores demandas metabólicas del embarazo. El estudio indica que se asocian las temperaturas más altas durante toda la gestación a un menor peso al nacer, particularmente en México y Brasil.
Diez Roux dijo que hay una discusión emergente en la salud pública, sobre si las personas y las ciudades pueden adaptarse al aumento de las temperaturas y cómo. «La mayor parte de la adaptación no es biológica, sino más bien, procesos sociales». Esto podría implicar cambios en determinadas costumbres, como que las personas no estén al aire libre en ciertos momentos del día, lo que a su vez conduciría a ajustes en los hábitos de trabajo y recreación.
Otro punto positivo, dijo, es un mayor reconocimiento de los posibles «beneficios colaterales» de las medidas adoptadas para mitigar el cambio climático. Una ciudad que expande sus espacios verdes para promover el transporte a pie y en bicicleta fortalecerá la salud pública no solo al reducir la contaminación sino también al aumentar la actividad física de las personas y ayudar a reducir la cantidad de calor urbano.
Las ciudades no tienen tiempo que perder, según Josiah Kephart. «Necesitamos plantar ahora los árboles para el calor que experimentaremos dentro de 20 años, porque solo empeorará siguiendo las proyecciones actuales».