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“Los Estados Unidos y Latinoamérica: Una Relación de Socios, Una presentación por el Secretario de Estado de los Estados Unidos”

lunes, noviembre 18, 2013


Discurso
John Kerry
Secretario de Estado
Organizacion de los Estados Americanos
Washington, DC
18 de noviembre, 2013

«Señor Secretario General, muchas, muchísimas gracias. Gracias por una maravillosa bienvenida en este absolutamente bello, delicioso, seductor día de otoño, tan bonito como es, rápidamente nos hará preguntarnos porqué estamos aquí trabajando hoy. Es un privilegio estar aquí. Deseo agradecer al Dialogo Interamericano. Gracias, Michael Shifter, y gracias, embajadora Deborah-Mae Lovell por su invitación a acudir aquí. Deseo agradecer a la Organización de los Estados Americanos que me haya invitado a hablar aquí esta mañana. Es siempre maravilloso estar en este destacado, bello e histórico edificio.

Hace unos minutos, estábamos abajo en el atrio y el secretario general Insulza me llevó a ver el árbol de la paz que el presidente Taft plantó hace más de 100 años. Es un árbol admirable y es testimonio de las profundas raíces de la OEA, la entidad multilateral por excelencia en las Américas que tiene orígenes que evidentemente datan de antes de que se plantara el árbol de la paz. El – tenía la tentación de contar una historia sobre William Howard Taft que – y una famosa presentación que hizo – pero les voy a librar de esa historia particular – (risas) – aunque es muy divertida y en algún momento valdrá la pena que la comparta con ustedes. Es un placer estar en la compañía de la exrepresentante de Comercio Carla Hills. Estupendo estar aquí contigo. Y estoy particularmente orgulloso de estar aquí con nuestra secretaria adjunta Roberta Jacobson, que hace un trabajo extraordinario en lo que se refiere al Hemisferio Occidental y ha venido, justo acaba de llegar de China donde ha participado en un diálogo en China sobre el Hemisferio Occidental y América Latina en particular. Desde que soy Secretario de Estado, he tenido el privilegio de hablar en algunas salas muy bellas, como esta, en alrededor de 30 países en todo el mundo, pero no les puedo decir lo agradable que es hablar en una que está a dos minutos en auto en lugar de 12 horas en un avión. Se nota la diferencia.

El hecho es que este es un momento muy importante para todos los estados en las Américas. Hace cincuenta años, el presidente Kennedy habló sobre la promesa del Hemisferio Occidental, el que sería, tristemente, su último discurso sobre política exterior. El presidente Kennedy expresó su esperanza de un hemisferio de naciones, cada una segura con su propia independencia, dedicada a la libertad de sus ciudadanos. Si pudiera vernos hoy aquí. En el medio siglo transcurrido desde que él hablara, más y más países se han acercado más y más a realizar su visión y todas nuestras esperanzas. Cuando la gente se refiere al Hemisferio Occidental, suele mencionar las transformaciones que se han producido, pero la verdad es que una de las mayores transformaciones ha ocurrido aquí en Estados Unidos de América. En los primeros días de nuestra propia república, Estados Unidos tomó una decisión respecto a su relación con América Latina. El presidente James Monroe, que también fué secretario de Estado, declaró que Estados Unidos unilateralmente actuaría de hecho como el protector de la región. La doctrina que lleva su nombre reforzó nuestra autoridad a intervenir y oponer la influencia de las potencias europeas en América Latina. Y durante toda la historia de nuestro país, sucesivos presidentes han reforzado esta doctrina y tomado decisiones similares. Hoy, sin embargo, hemos tomado una decisión distinta. La era de la Doctrina Monroe terminó. (Aplausos). La relación – eso vale la pena aplaudirlo. No es malo. La relación que pretendemos y para la que hemos trabajado arduamente en forjar no es una en la que Estados Unidos declare cómo y cuándo intervenir en los asuntos de otros estados de las Américas. Se trata de que todos nuestros países se vean unos a otros como iguales, compartiendo responsabilidades, cooperando en materia de seguridad, y adhiriendo no a la doctrina, sino a las decisiones que tomamos como socios para impulsar los valores e intereses que compartimos. Como dice un viejo proverbio, La unión hace la fuerza. La unión – en la unidad hay fortaleza. Por medio de nuestro compromiso compartido en democracia, presentamos colectivamente un ejemplo vibrante ante el mundo de que la diversidad es fortaleza, de que la inclusión funciona, que la justicia puede rechazar a la impunidad y que los derechos de los individuos pueden protegerse contra el alcance desmesurado y abusivo del gobierno.

También probamos que la paz es posible. No se necesita fuerza para tener fuerza. La visión que compartimos para nuestros países, de hecho, está a nuestro alcance, pero debemos plantearnos a nosotros mismos algunas cuestiones difíciles e importantes para poder asegurar nuestros objetivos. Lo primero y ante todo, ¿fomentaremos y protegeremos juntos la democracia, la seguridad y la paz que todos los pueblos de las Américas se merecen? Segundo, ¿aprovecharemos la oportunidad para hacer avanzar la prosperidad en todo el Hemisferio Occidental y educar a los jóvenes que serán los motores de las economías del futuro? Y tercero, ¿cumpliremos juntos con una responsabilidad que exige más fuerza, y por tanto mas unidad que nunca antes, y nos haremos cargo eficazmente de la amenaza que supone el cambio climático? Ahora, la respuesta a estas preguntas determinará si de hecho podemos o no llegar a ser el hemisferio de naciones que el presidente Kennedy tenía en mente, cada país existiendo lado a lado con el otro, con confianza, fuertes, e independientes y libres. La primera pregunta en realidad la responde la amplia protección a los valores democráticos que se han convertido en la regla y no en la excepción en el Hemisferio Occidental. En pocas décadas, la representatividad democrática, en su mayor parte ha desplazado a la represión de las dictaduras. Sin embargo, el verdadero desafío del siglo XXI en las Américas es la manera en la que utilizaremos nuestros gobiernos democráticos para hacer cierto el desarrollo, superar la pobreza y mejorar la inclusión social. El verano pasado viajé a Brasilia, y cuando salía de mi reunión con el ministro de Relaciones Exteriores, me encontré con un grupo de manifestantes. Vamos a ver, no hablo portugués, mi esposa si, yo no, pero entendí las palabras de cuatro letras que gritaban porque las decían en inglés. Y aunque a veces ello puede alterarlo a uno, el momento en realidad era la imagen de una democracia sana. Y hoy día, son nuestros valores democráticos los que nos han capacitan para confrontar desafíos como las comprensibles preocupaciones sobre los informes de vigilancia, preocupaciones que nos plantean a todos cómo superarlas y crear cimientos más fuertes para un futuro basado en nuestros valores y creencias comunes de democracia. Las democracias con éxito dependen de que todos los ciudadanos tengan una voz y del respeto a tales voces, y de que todos los gobiernos tengan el valor y la capacidad de escuchar estas voces.

Podemos estar inmensamente orgullosos, considero, de la trayectoria democrática de este hemisferio y de las instituciones que hemos construido para rendir cuentas ante nosotros y ante el futuro. Esta es la diferencia, y cumplir con la Carta de la OEA. También expresar nuestra preocupación cuando las instituciones democráticas se debilitan, como hemos visto en Venezuela recientemente. En marzo de este año Estados Unidos se unió a muchos de los que están aquí en esta misma sala, de hecho, para afirmar la independencia y el mandato de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. También estamos unidos al apoyar las misiones de observación electoral de la OEA en el hemisferio, incluyendo la que tendrá lugar en Honduras la semana próxima. Todos aquí tenemos una oportunidad para ayudar a asegurar a que esa elección sea transparente, inclusiva, pacífica y justa, y que el proceso sea uno en el que el pueblo hondureño pueda de hecho confiar para expresar su voluntad. Nosotros, todos nosotros, debemos hacer todo lo que podamos para apoyar el esfuerzo de la OEA para proporcionar asistencia y observar las elecciones con imparcialidad. No hay mejor expresión de nuestra fortaleza y unidad que continuar ese esfuerzo. También sabemos bien que el ingrediente crítico de una democracia exitosa es la manera en que proporcionamos seguridad en nuestros países para todos nuestros ciudadanos. Calles seguras, vecindarios seguros, comunidades seguras, en verdad dependen de mantener el estado de derecho.

En junio fui a Guatemala y me reuní con su fiscal general Paz y Paz, que ha hecho extraordinarios progresos para combatir la corrupción y el crimen organizado, proteger a la mujer de la violencia, y llevar ante la justicia las violaciones de derechos humanos. En agosto viajé a Bogotá y vi una destacable demostración del sacrificio y progreso de Colombia en la lucha contra las drogas ilegales y la violencia, una lucha que en realidad ha hecho posible que el valeroso esfuerzo del presidente Santos haya logrado una paz sostenible y justa. Creo que es innegable la unidad de propósito que tenemos. Paso a paso, hacer nuestras democracias más fuertes y que nuestros pueblos tengan mayor seguridad – en Guatemala, en Colombia, y en todas las Américas. Y en su mayor parte, creo que estarán de acuerdo conmigo en que el Hemisferio Occidental está unificado en su compromiso para lograr democracias exitosas de la manera que he descrito. Aunque hay una excepción, claro, que continúa: Cuba. Desde que el presidente Obama asumió el cargo, su administración ha comenzado a buscar un nuevo comienzo con Cuba. Como él mismo dijera la semana pasada, en lo que se refiere a nuestra relación con Cuba, debemos ser creativos, tenemos que pensar bien, y tenemos que continuar actualizando nuestras políticas. Nuestros gobiernos están encontrando algunos intereses comunes en estos momentos y algo de cooperación. Todos los años, cientos de miles de estadounidenses visitan La Habana, y cientos de miles de dólares en comercio y remesas circulan desde Estados Unidos a Cuba. Estamos comprometidos a este intercambio humanitario, y en Estados Unidos creemos que nuestro pueblo es de hecho nuestro mejor embajador. Es embajador de nuestros ideales, nuestros valores, nuestras creencias. Y aunque también acogemos gratament algunos de los cambios que se producen en Cuba, que permiten a más cubanos viajar libremente y trabajar por sí mismos, estos cambios no deben en ningún aspecto cegarnos a la autoritaria realidad que es la vida para los cubanos comunes. En un hemisferio en que los ciudadanos en todas partes tienen derecho a elegir a sus dirigentes, los cubanos son los únicos que no lo tienen.

En un hemisferio en que la gente puede criticar a sus dirigentes sin miedo al arresto o a la violencia, los cubanos todavía no pueden hacerlo. Y si no hay más cambios pronto, está claro que el siglo XXI continuará desafortunadamente dejando al pueblo cubano rezagado. Deseamos que llegue el día, y esperamos que llegue pronto, en que el gobierno cubano acoja una agenda más amplia de reforma política que permita a su pueblo determinar libremente su propio futuro. En hemisferio en su totalidad, todos nosotros, compartimos el interés en asegurar que los cubanos disfruten de los derechos protegidos por nuestra Carta Democrática Interamericana, y esperamos estar unidos en esta aspiración. Dado a que en todos los países, incluyendo Estados Unidos, cada día que no hacemos presión por sacar adelante las libertades personales y el gobierno representativo, nos arriesgamos a retroceder, y ninguno de nosotros puede aceptar esto. Incluso al celebrar los valores democráticos que se han extendido por América Latina, debemos reconocer también que estos valores enfrentan desafíos. Después de todo, las elecciones en su momento oportuno poco importan si no son verdaderamente libres y justas y si en ellas no participan todos los partidos políticos compitiendo al mismo nivel. Una separación de poderes sirve de poco si las instituciones independientes no pueden hacer que los poderosos rindan cuentas. Y las leyes que garantizan la libertad de prensa, la libertad de expresión, y la libertad religiosa tienen pocas consecuencias si no se la hacen cumplir. La democracia no es un destino final; es un viaje sin fin, y cada día todos nosotros debemos renovar nuestra decisión de hacerla efectivamente avanzar. Y no somos menos inmunes a tal realidad aquí en Estados Unidos que en ninguna otra parte, de hecho, recientemente, quizá seamos incluso más susceptibles a ello.

También tenemos que tomar decisiones importantes —todos nosotros— acerca de cómo generar una prosperidad económica compartida, es decir la prosperidad a la que todos aspiramos. Para empezar, las oportunidades educativas, sobre todo, deben ser una prioridad. Es sólo a través de la educación de alta calidad, accesible para todos, que nuestra población laboral, la población laboral del hemisferio, estará preparada para los puestos de trabajo del futuro. La educación, como todos ya sabemos, abre también otras puertas. Como dijo el ex senador J. William Fulbright: “Tener personas que entienden tus ideas implica mayor seguridad que tener otro submarino”. Esa idea apuntala los intercambios Fulbright, del Departamento de Estado, al igual que la iniciativa del presidente Obama: la Fuerza de 100.000 en las Américas, cuyo objetivo es aumentar el intercambio de estudiantes en ambas direcciones aquí en el hemisferio occidental. Pero amigos, la educación, como ya sabemos, es solamente el primer paso. También tenemos que trabajar con empeño y crear puestos de trabajo y oportunidades económicas para los jóvenes, para el día después de su graduación. Como dijo el Secretario General en sus declaraciones de apertura, nuestro hemisferio ya es un mercado próspero en el que participan casi 1.000 millones de personas. Durante la última década, las economías de América Latina y el Caribe crecieron cuatro por ciento al año. Estados Unidos está orgulloso de desempeñar un papel en ese crecimiento.

Apenas la semana pasada, anunciamos la dotación de más de 98 millones de dólares en financiamiento privado para 4.000 pequeñas y medianas empresas de todo el hemisferio, con el fin de fomentar ese dinamismo, crearlo y mantenerlo en movimiento. El tipo de crecimiento que la región ha tenido —impulsado por políticas económicas racionales, programas sociales innovadores y un aumento de comercio e inversiones internacionales— ha mejorado drásticamente la vida de todos nuestros ciudadanos. Sólo en la última década, a medida que el comercio entre Estados Unidos y América Latina se ha incrementado—casi se triplicó— más de 73 millones de personas, como ya mencionó el Secretario General, lograron salir de la pobreza. Párense a pensar un poco. Esa cifra representa una población más grande que las de Canadá y Argentina juntas. Es una historia extraordinaria, y es una historia de éxito. Es una historia de políticas que funcionan y que se tiene que cultivar, no abandonar. Imagínense lo que sería posible si seguimos fomentando el comercio y las inversiones en el futuro de nuestros hijos. Durante la época en que fui senador, estuve muy orgulloso y satisfecho de votar a favor de la ratificación de los acuerdos de promoción comercial tanto de Colombia como de Panamá, los cuales el presidente Obama promulgó. Hemos visto el crecimiento que han hecho posible estos acuerdos. Durante el primer año del tratado de libre comercio Estados Unidos-Colombia, cerca de 800 empresas colombianas de todos los tamaños entraron en el mercado de Estados Unidos por primera vez. Estos nuevos exportadores vendieron sus productos y servicios en más de 20 estados de Estados Unidos. Hoy mismo, el vicepresidente Biden viaja a Panamá para visitar el proyecto de ampliación del canal que seguirá generando más comercio en toda la región. Bajo el liderazgo del presidente Obama, también hemos contribuido a ampliar la participación de la región en la Asociación Transpacífica, para que además de Chile y Perú incluya también a Canadá y México. Hemos redoblado nuestro compromiso con el TLCAN (NAFTA), el tratado más importante en lo que se refiere a lograr la prosperidad compartida en el hemisferio, a favor del cual también voté en momentos en los que creo que la gente se acuerda que fueron muy polémicos y muy difíciles.

Pero todos sabemos que no podemos depender solamente de esos acuerdos comerciales. Eso no es suficiente. Sabemos que podemos hacer más. Y si lo hacemos, el hemisferio occidental seguirá siendo líder en los mercados mundiales por muchas décadas. Una de las oportunidades que encaramos y que acabo de mencionar hace un momento entre todas estas oportunidades, una de esas oportunidades es el mercado de 6.000 billones de dólares y que tiene 4.000 millones de usuarios. Me refiero al nuevo mercado de la energía: el mercado más grande en la historia humana, el mercado que creó esa riqueza extraordinaria en la década de 1990 en que, en América, en Estados Unidos, cada quinta parte de los trabajadores estadounidenses que percibían ingresos, desde los que estaban abajo hasta los que estaban más arriba, todos vieron aumentos en sus ingresos. Y todos sabemos que fue un momento en que logramos cerrar el presupuesto durante tres años consecutivos. Fue una época de extraordinario crecimiento. El mercado que impulsó ese crecimiento fue un mercado de 1.000 billones de dólares integrado por 1.000 millones de usuarios, a saber: el mercado de la computadora de alta tecnología, la computadora personal. Fue el mercado de la tecnología. Pues el mercado de la energía es seis veces mayor que ese mercado. Y los 4.000 millones de usuarios actuales se convertirán en 6.000 millones, y en última instancia en 9.000 millones entre hoy y el año 2050. Esto nos ayudará a responder a la tercera y última cuestión que mencioné: si vamos dejarles a nuestros hijos y nietos un planeta que esté sano, limpio y sostenible. En realidad, no se trata tanto de una cuestión sino más bien de un reto apremiante, el reto de una generación entera, tal vez el reto de un siglo, tal vez incluso el desafío de la vida misma en el planeta si uno entiende todo lo que la ciencia nos dice actualmente. Hace más de dos décadas, visité Brasil en el marco de una delegación de Estados Unidos que se dirigía a la Cumbre de Río. Fue la primera vez que la comunidad mundial se reunía para tratar de hacer frente al cambio climático. También fue el viaje en el que conocí a una increíble mujer que hablaba portugués y que se llamada Teresa, que tres años más tarde se convertiría en mi esposa.

Así que me gusta Río. Es un buen lugar. Pero Teresa y yo todavía hablamos de una joven de 12 años llamada Severn Suzuki, procedente de Vancouver, que se subió al escenario en esa cumbre con el fin de, como explicó, y cito textualmente: “luchar por su futuro”. Veintiún años después, aún me acuerdo de lo que dijo sobre el cambio climático, de la siguiente manera: “Soy sólo una niña”, dijo, “pero sin embargo, sé que todos estamos juntos en esto y debemos actuar como un único mundo tras un único objetivo”. Severn sabía algo que mucha gente hoy en día tienen que entender, algo que todavía falta en el debate político de nuestro país, y como dice el refrán que cité hace un momento: la unión hace la fuerza. Necesitamos eso ahora más que nunca con respecto a este desafío del cambio climático. Décadas más tarde, tenemos mucho que aprender de esa joven. Las Américas se han convertido en el nuevo centro de nuestro mapa de energía mundial. Nuestro hemisferio suministra actualmente una cuarta parte del petróleo crudo del mundo y casi una cuarta parte del carbón. Aportamos más de un tercio de la electricidad mundial. Eso significa que tenemos la capacidad y la enorme responsabilidad de influir en la manera en que el mundo entero se alimenta de la energía. Para ello, será necesario que cada uno de nuestros países tome decisiones muy fundamentales en cuanto a sus políticas. Tenemos que adoptar el futuro de la energía por encima de la energía del pasado. Y soy muy consciente —he pasado por estas batallas en el Senado de Estados Unidos— sé lo difícil que es. Sé cuántas industrias distintas y cuántos intereses poderosos quieren retroceder. Pero nosotros, el pueblo, todos nosotros tenemos la responsabilidad de plantarnos firme en contra de ellos. El cambio climático es un fenómeno real. Está sucediendo. Y si no tomamos medidas significativas en calidad de socios, continuará amenazando no sólo a nuestro entorno natural y a nuestras comunidades, sino también, como bien saben nuestros amigos del Caribe y de otros países insulares, amenazará posiblemente nuestro modo de vida, y sin duda el de ellos. El reto del cambio climático nos va a costar mucho más por su impacto negativo que por las inversiones que tenemos que hacer hoy en día con el fin de hacer frente al desafío. Todos los modelos económicos lo demuestran, y sin embargo no nos atrevemos.

Nuestras economías aún no incluyen los costes económicos de no hacer nada o de hacer muy poco. Los efectos devastadores que las sequías pueden tener en las cosechas de los agricultores; el elevado precio que supone la reconstrucción de las comunidades después de cada catástrofe, después de cada huracán o tormenta tropical que las destroza y deja un rastro de destrucción a su paso; el extraordinario coste de incendios que no quemaban con tanta ferocidad y tanta frecuencia con que lo hacen hoy debido al aumento de la sequía; los crecientes indicios de la pérdida de agua de la cordillera del Himalaya a medida que se derriten los glaciares y, por tanto, la medida en que los grandes ríos de China y otros países por un lado, y de la India por otro, se ven amenazados y miles de millones de personas ven su alimentación y seguridad alimentaria afectadas. Estos son verdaderos desafíos, y no están en el futuro. Los estamos viendo ahora. Por todos estos motivos, la lucha contra el cambio climático es una prioridad urgente para el presidente Obama y para mí, y sabemos que somos uno de los mayores contribuyentes al problema. Alrededor de 20 países contribuyen más del 90 por ciento del problema. Por ese motivo, el presidente Obama dio a conocer un nuevo Plan de Acción Climática para elaborar políticas internas más decididas que nunca sobre el cambio climático. La buena noticia es que el plan que ha elaborado el Presidente está diseñado para poder llevarse a la práctica por decreto administrativo, para no tener que esperar a que el Congreso actúe. Muchos otros países del hemisferio occidental también están tomando medidas decisivas para poner de su parte. Estoy orgulloso de decir que, como parte de la Alianza de Energía y Clima de las Américas, Estados Unidos ha colaborado con más de dos docenas de países, América Latina y el Caribe con el fin de apoyar programas eficaces que hagan frente a la realidad de esta grave amenaza. Pero, amigos, si aprovechamos [el momento] no se trata una amenaza para la que no existe una solución. De hecho, tenemos una solución, hay varias, pero no tomamos la decisión política a causa de las fuerzas que nos quieren hacer retroceder. Sabemos cuáles son las alternativas. Sabemos las ventaja que aportan los enormes avances que se están produciendo en materia de energía limpia. Y si compartimos conocimientos y desplegamos nuevas tecnologías en toda la región, si conectamos las redes eléctricas en todo el continente americano, podremos entonces compartir y vender energía entre nosotros en distintos momentos y de distintas maneras en un mercado más dinámico.

Si aprovechamos la energía eólica en México y la energía de biomasa en Brasil, el sol en Chile y en Perú, el gas natural en Estados Unidos y Argentina, entonces los enormes beneficios para las economías locales, la salud pública, y por supuesto la mitigación del cambio climático, podrían llegar a todos los rincones de las Américas, y más allá. De esto trata realmente una nueva asociación interamericana. El novelista brasileño Paulo Coelho, uno de los autores más leídos del mundo, escribió: “Cuando menos nos lo esperamos, la vida nos plantea un reto para poner a prueba nuestro coraje y nuestra voluntad de cambio”. Así que la pregunta que nos debemos plantear todos es la siguiente: ¿Tendremos el valor de tomar decisiones difíciles y la voluntad de cambiar? En cincuenta años, en el centenario de la llamada del presidente Kennedy a la región, ¿se convertirá en realidad el hemisferio de países con el que soñaba? Hace muchos años, Estados Unidos dictó una política que definió al hemisferio por muchos años después. Esa época ha quedado atrás. Hoy, tenemos que ir más allá. Todo lo se ha dicho hoy: el futuro de nuestras democracias, la fortaleza de nuestras democracias, el desarrollo de esas democracias, la inclusión de todas nuestros pueblos en un sistema que tenga rendición de cuentas y sin impunidad de las deserciones, nuestra prosperidad compartida y todo lo que nos aporta, la educación de nuestros hijos, el futuro de nuestro planeta, nuestra respuesta al cambio climático, todo ello no depende del próximo gobierno ni de la próxima generación.

Todo ello depende de nosotros. Y la pregunta es la siguiente: ¿vamos a trabajar como socios en pie de igualdad con el fin de alcanzar nuestros objetivos? Si es así, exigirá coraje y la voluntad de cambiar. Pero, sobre todo, exigirá un nivel más alto y más profundo de cooperación entre nosotros, todos juntos, como socios en pie de igualdad en este hemisferio. De esa manera haremos una diferencia, y de esa manera estaremos a la altura de nuestras responsabilidades.

«Muchas gracias.»

Fuente: Departamento de Estado